Niebla
Habíamos pasado la noche en una casa rural a la orilla del pantano. La verdad, poco habíamos encontrado allí de lo que poder regocijarse. Niebla y frío en el ambiente, calor pegajoso en la habitación abuhardillada, música tipo obras en el piso de al lado al atardecer y chill out durante el desayuno, decoración excesiva, horarios de playa mediterránea, wifi tercermundista, amabilidad forzada y precios excesivos. Nos largamos nada más desayunar embutidos en los chubasqueros rojos y sin ganas, por lo menos en mi caso, de prolongar la excursión. De regreso hacia Reinosa, a la altura de Bomil nos metimos por la carretera que va a Requejo porque yo quería hacer allí algunas comprobaciones. Hice unas fotos de la que, por la referencias que me han dado, pudiera haber sido la casa de algunos de mis ancestros. De mi abuela materna en concreto. Una casona montañesa a la orilluca del Ebro tan venida a menos que daba pena mirarla. Es lo que tiene el andar mirando hacia atrás que te suele acabar carcomiendo la pena.
Dejamos Requejo y comenzamos lo que quizá sea una de las cosas más placenteras que se pueden hacer por estas tierras, dejarte caer hoces abajo hasta llegar a Bárcena de Pie de Concha. Luego, cruzar de sur a norte el valle de Iguña. Un lugar con una arquitectura de lo más singular. Sin duda debió aposentarse allí por los finales del XIX y principios del XX una burguesía boyante e ilustrada que dejó su impronta. La confirmación de tal hipótesis la encuentras en el museo al aire libre dedicado a Torres Quevedo que fue vecino del lugar.
Siguiendo por la vieja carretera damos en la plazoleta de un pueblo. Allí, entre montones de coches aparcados, está la terraza de un figón que ofrece un menú de fin de semana por diez euros. Nos sentamos en una mesa y hacemos la comanda: alubias con almejas y chuleta de ternera. Es mucho pero llevamos toda la mañana sobre los pedales. A mí al menos, me sabe todo a gloria. Por no hablar del flan de chocolate y el café con los que remato la jugada. En fin, no sé, quizá en El Bulli, con su menú de 350 € te puedan tratar mejor, pero lo dudo.
Después, todo hacía el norte hasta llegar a la estación del FEVE de Torrelavega. Y a las siete de la tarde en casa. Habíamos proyectado para varios días, pero la cosa apenas sobrepasó las veinticuatro horas. Porque es que está uno ya en unas condiciones físicas y anímicas que aprovecha cualquier contratiempo para rajarse.
En casa, qué delicia, con todos los juguetes a mano. Empieza a caer la noche y me pongo a ver "Europa" de Lars von Trier. Totalmente de acuerdo, demasiada obsesión por los formularios y las pertenencias. Lo mejor hubiese sido largarse cuando se podía. Alguna vez lo soñé, allá por los veintitantos, América... pero estaba pillado y no pude escapar.
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