sábado, 29 de noviembre de 2014

El chorco de los lobos



En su documentado libro sobre las fieras en los montes del Antiguo Régimen, Juan Pablo Torrente nos deja anécdotas de un valor inestimable. Lo he recordado hoy al leer en un periódico local que los ganaderos de Liébana andan muy preocupados con las leyes animalistas que los habitantes de la ciudad imponen a los del campo. Según dichos ganaderos, en lo que va de año los lobos de la región se han jalado 450 cabezas de ganado, ovejas y cabras las más. Luego, continúan quejándose, para cobrar del gobierno los estragos tenemos que esperar tres años o más. Claro, con tanto alimento y, sobre todo, con tanta impunidad, la población de lobos crece como la espuma. Para los ecologistas, bien sure, es un círculo virtuoso porque para ellos un lobo sólo es una hermanita de la caridad que necesita alimentarse. ¡Con lo bonito que es ver en el plasma una bandada de hermanitas de la caridad corriendo por el bosque nevado en busca de alimento!

De seguir así, mucho me temo que habrá que volver a las andadas. Cuenta Juan Pablo que por aquellos tiempos, por lo que fuere, había aumentado tanto la población de lobos y demás alimañas por nuestros montes que hacían cada vez más difícil la actividad agropecuaria. Fue entonces cuando el gobierno promulgó una ley que, por efecto paradójico, supuso el cese definitivo de tal actividad. Al remunerar con cierta cantidad cada alimaña cazada la población rural no tardó en caer en la cuenta de que era más rentable la caza que el pastoreo y cultivo. Y así fue que al poco las alimañas disminuyeron, pero las cabras y ovejas desaparecieron por completo del mapa y alubias y garbanzos había que ir a comprarlos tras los montes.

Sin duda hacer leyes siempre es problemático por sus posibles efectos secundarios indeseables, pero, si esas leyes van dirigidas a regular el normal desarrollo de la naturaleza, entonces, con los pies de plomo no basta, mejor meterlos en cemento blando y esperar a que fragüe. El otro día me contó un chico de mi pueblo una anécdota que puede venir al caso. Según él, ya no quedan apenas truchas en el río.La causa no es otra que la proliferación de gaviotas y cormoranes que vuelan tierra adentro cada vez que hay temporal en la costa. Y a ver quien es el guapo que dispara a uno de esos animales. Se te cae el pelo. 

La verdad es que no entiendo por qué no se deja que la naturaleza se autorregule. Por supuesto sin excluir de esa autorregulación la actividad humana . ¿Por qué no dejar que los ganaderos sean los encargados de solucionar el problema de los lobos? Y, además, qué demonios de malo iba a tener que los lobos desapareciesen. La historia del mundo esta hecha de desapariciones que dejan un espacio que inmediatamente es llenado por nuevas adquisiciones. Y, claro, intentas torcer el brazo a esa historia y te quedas sin truchas. ¡Ay, si dejasen a los de mi pueblo disparar a las gaviotas y cormoranes! 

Por cierto que he leído que en Cataluña ha caído en tal descrédito la caza, de puro buenos que son allí, que las autoridades han tenido que contratar cazadores de otros lugares para que vayan a matar las manadas de cérvidos y jabalíes que arrasan las cosechas. Es lo que tiene promocionar ideologías disolventes a golpe de documental animalista. Que todos son calcaos el uno del otro, por cierto. ¡Menudo tostón! Hermano lobo, hermano jabalí, hermana rata, en fin, que todo lo que vive tiene su corazóncito y su belleza y debemos respetarlo incluso por encima de nuestras vidas si es que se da el caso de tener que escoger. No sé a dónde vamos a llegar. 

Parecerá un disparate lo que voy a decir, pero a mi modesto juicio, para solventar esta crisis de valores que dicen que tenemos hay que empezar por restituir a los animales a la posición que tenían cuando eran considerados como animales. Se les mataba cuando molestaban o se necesitaba comer y se les utilizaba en la medida que eran útiles. Y, desde luego, ningún tarado encargaba un trajecito para una rata de campo de la que se había encaprichado. Seguramente Dios nos lo recompensaría porque no creo que haya cosa que más le tenga que fastidiar que el que aquellos que ha hecho a su imagen y semejanza hayan dado en querer parecerse más a los perros, por poner un ejemplo, que a Él. Bastaría, quizá, para alcanzar lo que propongo que las leyes, o no-leyes, sobres los animales, las redactasen las gentes más primitivas que quedan por algunos recónditos parajes. Los únicos que parecen acordarse de quién es Dios. 

P. D.- El que desee leer una bonita historia de lobos que acuda a las últimas páginas de "Robinsón Crusoe", cuando atraviesa a caballo los Pirineos en pleno invierno.  

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