La primera, la noche del domingo que volvieron a pasar por ARTE "Melancholia" de Lars Von Trier. Con Lars me pasa lo mismo que con Houellebecq, que me cuesta mucho sustraerme a sus encantos. Por así decirlo son los dos únicos artistas contemporáneos que han conseguido conmoverme las entretelas del alma. Quizá porque como soy un tanto romo de entendederas necesito del lenguaje exagerado para enterarme de algo. Sea como sea, el caso es que "Melancholía", de la que creo haber dicho ya algo en este blog, me volvió a dejar bastante turulato. En realidad no se trata más que de técnica, como todo el arte por otro lado: si ves pasear a cámara lenta a una bella mujer vestida de novia por un campo de golf desierto a los sones de la obertura de Tristán e Isolda de Wagner, que otra emoción se te va a desencadenar que la de una dulce tristura que es como alguien definió a la melancolía. En realidad con la música de Wagner ya hubiese bastado, pero si, además, le añades unos ambientes de lujo de lo más refinado la sensación de no quedar nada por hacer ya en esta vida es extrema. Por eso, supongo, la extrema depresión de la novia, una de las dos hermanas protagonistas, que sólo se alivia cuando el final es inminente. Sin embargo, la otra hermana, segura de si misma, e insensible, en ese ambiente crepuscular, se derrumba ante la inminencia del fin. Cuestión de sensibilidades. Así es que, para concluir, les confesaré una cosa: dos cosas hay en esta vida de las que huyo como de la peste, una, del lujo refinado, otra, de la música de Wagner que, en el fondo, no se diferencia mucho en lo que a empalagosidad hace a la de Ray Connif. Es que detesto la melancolía. Y soy tan propenso...
La segunda ha sido hoy. Mientras comía, viendo la tele como suele ser costumbre cuando como sólo, ha comenzado "Le Havre" de Aki Kaurismäki. De inmediato he comprendido que a pesar de lo manido del tema, la forma de tratarlo tenía un encanto especial. Claro, es lo de siempre, cuando un problema sistémico, como se dice ahora, se sustancia en un caso concreto los sentimientos del personal afectado cambian radicalmente y lo que era rechazo se convierte en simpatía o viceversa.Una cosa son los inmigrantes ilegales que tanto preocupan a las clases humildes por razones fácilmente entendibles y otra el inmigrante ilegal que me puede servir para sentirme útil y buena persona si le ayudo. Como a todos los Cuentos de Navidad, a Le Havre se le pilla el truco a la primera. Lo que pasa es que a pesar de su sentimentalismo barato y su moraleja patatera tiene unas cuantas frases antológicas de las que conviene apuntar para que no se olviden. Les diré una y no les canso más: "pastor y limpiabotas son los dos únicos oficios que se adaptan perfectamente a la filosofía del sermón de la montaña". A tal conclusión ha llegado el protagonista, que, de artista en su juventud, y a causa de "demasiadas fiesta sin nada que celebrar", ha pasado a la condición de limpiabotas en la vejez. Un limpiabotas bienaventurado, bien sure.
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