martes, 18 de noviembre de 2014

Y mientras tanto...



Cuando uno ve que el ser humano es capaz de poner una sonda en la superficie de un pedrusco que está a 500 millones de kilómetros y que se mueve a la velocidad del rayo. Cuando uno ve que se pueden poner millones de toneladas de mineral australiano en China sin que una sola persona se tenga que acercar al mineral. Cuando uno ve tantos y tantos logros que nos aproximan al don de la ubicuidad, sin duda el más preciado de todos los dones divinos... entonces uno se pregunta cómo puede ser que todavía andemos arrojando ácido a la cara de las mujeres que no se nos quieren someter... y así hasta cien mil maneras del todo incomprensibles de utilizar la violencia como arma primera par conseguir lo que se hurta a nuestros deseos. 

¿La violencia como pieza constitutiva de primerísimo orden de la especie a efectos de perpetuarse? Tengo mis dudas. Entre mis recuerdos preferidos, quizá porque siempre he sido un alfeñique, está aquella escena del cine español de los cincuenta en la que Fernando Fernán Gómez, que andaba con su novia buscando piso por los barrios periféricos, se ve envuelto en un lío con unos violentos. Entonces, tira de palabras y los confunde dejando como no era para menos a su novia más enamorada todavía: "Es qué, Encarnita, los músculos es mejor tenerlos en la cabeza", le dice cuando ya se alejan del peligro. 

El predominio de los músculos de la cabeza es el que creo ha llevado a la humanidad a semejantes cotas de desarrollo. Sin embargo, esos músculos siempre han tenido que convivir con los que en brazos y piernas sólo son fuerza bruta, o sea, esclavos de los sentimientos. Y ahí es donde tenemos una de las cuestiones más intrincadas pendientes de resolución. ¿Como compaginar la inteligencia con la fuerza bruta? ¿Cómo reaccionar utilizando la inteligencia ante quién se quiere salir con la suya dando coces? Quizá susurrando a los caballos. Quizá doblegándoles con la fusta. Hay en esto opiniones encontradas. 

En la antigüedad clásica había poca controversia al respecto. Sostenía Tácito que "el que la hacía, lo pagaba luego con la vida; remedio que calificó la experiencia por más saludable y mejor que la piedad y misericordia". Después, pongamos que, ya, en lo que se ha dado en llamar Siglo de las Luces, a un tal Rouseau le dio por opinar que el hombre es bueno por naturaleza y que si se comporta mal es porque la sociedad injusta le malea. En realidad es un argumento por así decirlo oximorónico, porque cómo puede ser la sociedad injusta si todos los humanos son buenos. Quizá si a buenos le añadiésemos tontos la cosa podría tener algo más de sentido. Anyway, lo que cuenta es que golpe a golpe algunos seres humanos fueron aprendiendo que se podía conseguir más y mejor utilizando los músculos de la cabeza. Utilizando la razón que no los sentimientos. 

Pero, como digo, sólo algunos. El resto, la inmensa mayoría, sigue en sus trece queriendo salirse con la suya a base de coces. Y ahí estamos en un empantanamiento que a Tácito y sus coetáneos les hubiese hecho morir de risa. Porque es que no hay remedio que quieran poner algunos a cualquier conflicto que no vengan otros y digan que es peor ese remedio que la enfermedad en sí.  

Y mientras tanto...
   

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