domingo, 2 de noviembre de 2014

El momio de Tutankamon



Ayer estaba viendo un noticia sobre Egipto que era exactamente igual que lo que ya pasó aquí hace años, en la petit province, a propósito de las Cuevas de Altamira. Resulta que la tumba de Tutankamon se está  poniendo hecha unos zorros a causa de la respiración de los  miles de turistas que la visitan. Bueno, de los pedos que allí dentro se tiran ni una palabra por esa malentendida discrección sobre todo lo de orden escatológico, pero a nadie se le escapa que tanto o más nocivo que los efectos del aire saturado de agua que se expele al respirar son los gases sulfurosos que se expelen por salva sea la parte sin parar en todo el día... y más con esas porquerías que comen los turistas. 

Pues bien, las autoridades egipcias han decidido hacer lo mismo que hicieron las españolas con las cuevas de marras, es decir, hacer una copia calcada para las visitas turísticas y dejar el original para uso exclusivo de los científicos. Como era de esperar las protestas no han tardado en llegar. "Para ver una copia yo no vengo de tan lejos ni me gasto tanto", decía con cierta indignación una turista de muy buen ver en sus cincuenta que concluyó su arenga con un "¡yo ahí no entro!" Luego, los cicerones y la industria turística en general, largaban su jeremiadas en el mismo sentido más o menos que las pronunciadas aquí por los políticos locales que como todo el mundo sabe siempre han sido, son y serán, especialistas en pan para hoy y hambre para mañana. Por cierto, la empresa encargada de realizar esa copia y, por lo visto, otras muchas en Egipto, porque piensan generalizar el invento, es española, lo cual como que me llena de orgullo. 

Anyway, a mi lo que me sorprende es esa pasión por el original que muestran los turistas. Recuerdo haber visto hace como cincuenta años en Madrid, en el museo que hay en la trasera de la Biblioteca Nacional, una reproducción de las cuevas de Altamira. Y también recuerdo que me produjo la misma emoción que me había producido visitar en no pocas ocasiones las originales, es decir, ninguna. Bien, unos animales que habían pintado unos señores hace muchos años, ¿y qué?, a mí entonces me dejaba absolutamente frío y hoy, si lo viese, no me diría más que lo que ya sé de sobra, que entre los seres humanos siempre hay un pequeño porcentaje dotado de facultades sorprendentes. Seguramente por estar afectados del síndrome de Asperges o cosa por el estilo. 

¡Ah, sí, el placer estético que le dicen! Para empezar alguien te tiene que advertir de cual es el original y cual la copia porque son indistinguibles. ¡Y mira que si resulta que te estabas corriendo de placer y luego vas y te enteras de que lo que estabas mirando era la copia! Sí, pero no es lo mismo, dicen los turistas. Pero por qué no es lo mismo, les preguntas. Pues porque no es lo mismo, te contestan. Y de ahí no les sacas. Es como lo de los catalanes con la independencia, una cuestión de sentimientos, de no pensar en definitiva y que sea lo que Dios quiera. 

Fetichismo, esa superchería que mueve la economía mundial. Millones y millones de personas cruzando los océanos para ir a ver fetiches. Y, luego, el comercio de fetiches. Ahora, por lo visto, esos islamistas que tanto están dando que hablar, se financian con las ventas de fetiches, que en el territorio que dominan cavas un poco y sacas uno. Así que serán todo lo malísimos que quieran pero los más afamados colecionistas de fetiches de Tokyo, París, Londres y New York, pierden el culo por ponerse en contacto con ellos para ver que les pueden proporcionar. 

No sé, no entiendo nada, porque para ver cosas interesantes, como una televisión de plasma de 47 pulgadas o así, conectada al ASTRA, no se me ocurre nada que pueda haber mejor. 

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