Sea como sea, entre todo ello he tenido la oportunidad de enterarme de que la preeminencia del proceso catalán había sido desplazada de las cabeceras por el fenómeno Podemos y, éste, por las andanzas y opiniones del Pequeño Nicolás. O sea, nada tras la nada y sobre la nada, nada, que diría José Hierro. Pero hete aquí que llega un martes de noviembre, ayer concretamente, y ocurre algo de verdadera enjundia. Por lo menos para los millones, seis o siete, quizás más, de españoles que tienen acciones del Banco de Santander. Ni más ni menos que Ana Patricia ha cambiado de CEO, es decir de mano derecha. La cuestión no parece baladí. Cuando un Rey cambia de valido es porque no le gustaba como le estaba llevando los asuntos del reino el que tenía.
El caso es que corrían por ahí rumores de que el banco andaba haciendo chanchulletes para poder salir airoso de esos famosos test de stres a los que el BCE somete a todos los bancos europeos. La cosa, por supuesto, no era grave en absoluto, pero los tiempos cambian y lo primero es lo primero, es decir, los números. El nuevo CEO que se ha agenciado Ana Patricia, dicen los expertos, es un "hombre de números". O sea, un hombre que hace cuadrar los números sin recurrir a chanchulletes. ¡Casi na!
En resumidas cuentas, se van a producir ajustes en la gestión, limitación de oficinas y todas esas cosas que ya se venían haciendo, pero, sobre todo, la gran madre del cordero: ¿se van a seguir pagando o no los mismos jugosos dividendos en adelante? Ese es el gran enigma que se plantean los entendidos en la cosa. Porque el caso es que ya hace tiempo que hay voces alertando de que son excesivos. En fin, ahí tienen ustedes una cuestión de verdadera trascendencia nacional y todos los medios pasan de puntillas sobre ella. No se entiende, la verdad, porque puede suponer la retirada de golpe de la circulación de un montón de miles de millones.
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