"Revolucionario
o reformador -el error es el mismo. Impotente para dominar y reformar su propia
actitud ante la vida, que lo es todo, o su propio ser, que lo es casi todo, el
hombre huye hacia un querer modificar a los otros y al mundo exterior. Todo
revolucionario, todo reformador, es un evadido. Combatir es no ser capaz de
combatirse. Reformar es no tener enmienda posible. El hombre de
sensibilidad justa y de recta razón, si se siente preocupado con el mal y la
injusticia del mundo, procura evidentemente enmendarla, primero en aquello en
lo que ella más próxima se manifiesta; y eso lo encontrará en su propio ser.
Esa obra le llevará toda la vida."
Por supuesto, como supongo ya habrán inferido, la autoría del párrafo es de Pessoa, lo cual entre otras cosas nos indica que lo de la seborrea social no es cosa específica de estos tiempos y este lugar sino algo puramente universal y, por así decirlo, inherente a los mecanismos de supervivencia de la especie. En fin, anyway, como no soy millonario la lectura del texto de marras será otra vez privilegio de los cuatro gatos que me leen.
El caso es que me puse a pensar en esto de la publicidad porque en mis cotidianos paseos me ha llamado la atención la publicidad que se repite en las vidrieras de las numerosas oficinas de La Caixa. La foto que les muestro al inicio. ¡La Caixa, imagínense lo finos que podrán llegar a ser sus publicitarios! ¿Y a quién les recuerda la chica de la foto? ¿Acaso no se parece a la Infanta Cristina? La misma que anda estos días en el candelero por problemas seborreicos. Y también empleada ella misma de La Caixa. La Caixa, precisamente, tan en la cuerda floja por ser de donde es. ¡Dios mío, menudo batiburrillo! Que me lo expliquen. Cataluña que se quiere separar y su banquero de cabecera que se agarra a España por medio de una infanta supuestamente corrupta... esto, sin duda, tiene tintes maquiavélicos. De puro retorcido. Aunque quizá no sea más que un simple: nosotros nunca abominamos de los nuestros pase lo que pase. En cualquier caso, publicidad, la última frontera quizá que le queda por traspasar al arte. Mas allá, sólo vulgaridad.
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