Aunque, no pequemos de ingenuos. Las cosas que se van ubicando en donde por su propia naturaleza les corresponde sólo son las de pequeño calado, navegación de cabotaje por así decirlo. Los grandes paquebotes siguen su ruta imperturbables y por ningún lado apuntan signos de que algo en lontananza se la vaya hacer cambiar. Es una cuestión de inercia que ya saben lo intrínsecamente relacionada que está con la masa. Y si la masa es de naturaleza dineraria ya ni te digo.
El caso es que venía de desayunar en Silma e iba pensando en estas cosas porque mientras engullía el croissant a la plancha con mermelada de melocotón que me estaba sabiendo a gloria iba redondeando mi regodeo con la lectura del artículo de Salvador Sostres en El Mundo. Porque no es lo mismo hacerse hombre, nos señala, yendo de la mano de tu padre a ver un partido de futbol que yendo de la mano de tu abuela por una calle de Ginebra y ver como te señala el lugar al que te tienes que dirigir si se ponen las cosas feas. O sea, que nunca hagas caso a los que se hicieron hombres yendo de la mano de su padre al futbol cuando se ponen a contarte cosas de los Bancos Suizos. Escucha al que iba de la mano de su abuela por las calles de Ginebra si quieres saber algo al respecto.
Ésta es la gran cuestión: lo que va cambiando con los tiempos y lo que es inmutable. O, para ser más precisos, la distinta velocidad a la que van cambiando unas cosas y otras... en una proporción indirectamente proporcional, supongo, a la de su peso específico. Physic work, que diría Walter Lewin. Y qué mayor peso específico que las vivencias infantiles. Con quién vas de la mano y por dónde. Luego, claro, sabiendo de esas vivencias conoceremos si hablas con conocimiento de causa o por boca del resentimiento cuando opinas de según qué cosas.
Las vivencias infantiles. Se podría decir que ahí se para el carro de la propia historia. O casi. Por eso seguramente es que sea tan doloroso reconocerlas. Y también que tratemos de desfigurar su recuerdo aún a costa de pagar peaje de idiotez.
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