lunes, 24 de noviembre de 2014

Hablando de corrupciones



Hay cosas en en este país que pasan de castaño oscuro. Ayer, haciendo zapping, vi unas escenas de histeria colectiva en un lugar de La Mancha. Estaban enterrando a tres niñas de 12, 14 y 16 años que habían sido atropelladas por un coche en una carretera despejada a las siete de la mañana. El atropellador, por supuesto, era un joven que venía de pasar la noche de fiesta, no muy bebido, todo hay que decirlo, aunque El País ya le haya calificado de ebrio. Ya está en prisión, supongo que más que por justicia por aplacar a la chusma enfurecida. Hay que tener en cuenta que se le acusa de homicidio por imprudencia lo que, si no ando equivocado, en ningún caso conlleva privación de libertad antes de juicio. 

Pues bien, me pregunto, ¿qué tiene que decir el juez a los padres de unas niñas de 12, 14 y 16 años que vienen andando por una carretera solitaria a las siete de la mañana después de haber estado toda la noche por ahí de juerga? No sería más justo que fuesen ellos los que estuviesen en prisión por dejación de responsabilidades con resultado de muerte? Es decir, tan homicidio involuntario como el del conductor del coche, pero, además, con agravamiento por estupidez superlativa. Ya digo, la cosa pasa de castaño oscuro.

Y luego venga a hablar de la corrupción de los otros. Un país en el que son las propias autoridades las que se encargan de organizar esa majadería que llaman "noches blancas", o sea que todo el mundo ande por ahí toda la noche venga y dale a todo tipo de estimulantes que es la única manera de aguantar hasta el alba. Todavía no he escuchado a tribuno ni he leído pluma que clame contra semejante mamarrachada. Supongo que tal silencio será a consecuencia de lo que tal corrupción de costumbres contribuye al equilibrio presupuestario del Estado. 

Porque a mi modesto entender de aprendiz de moralista la corrupción de los Barcenas, Pujol y demás tropa no es más que una gota de agua en el enorme océano de la corrupción de las costumbres. Porque, vamos a ver, que una persona hecha y derecha ande una noche por ahí de copas por lo que sea, allá él, pero toda esa ingente marea de adolescentes dependientes de sus padres que inundan las noches de nuestras ciudades perturbando el imprescindible descanso de la gente normal que trabaja... a eso, no se puede llamar otra cosa que corrupción de costumbres, la madre de todas las corrupciones. 

Y luego viene lo que viene, como esos chavales de Iguala en México que han desaparecido a manos, se supone, de las mafias de la droga. ¿Pero es que somos incapaces de ver que eso está directamente ligado con las costumbres que hemos legado a nuestros hijos? Claro, qué puede haber de malo en que de vez en cuando se metan una rayita, decimos. Necesitan experimentar para hacerse hombres. En fin, no sé, pero como por el querer de los dioses di en ser médico, una cosa aprendí a ciencia cierta, que todas las enfermedades son sistémicas, es decir, que afectan a todos los órganos porque por todos pasa la sangre. Y así cuando por alguno de esos órganos aparece un síntoma y le combatimos y ocultamos no hemos hecho nada, sino todo lo contrario, para vencer la enfermedad que nos sigue corroyendo de forma silenciosa. Ya digo, no sé, pero quizá debiéramos hacernos chequear uno a uno para hacernos una idea de en qué medida estamos afectados de esa enfermedad que en algunos se manifiesta de forma tan virulenta que hasta les lleva a la cárcel sin que por ello nos curemos los demás. 

En fin, perdón por este sermón pentecostalista. 

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