Para empezar no puedo dejar de preguntarme sobre quién es el que está peor de la chaveta, el presunto pederasta o los periodistas que insisten en indagar sobre algo tan pedestre y, por supuesto, los posibles lectores de semejante basura. Porque el chico en cuestión ya damos por descontado que es un psicópata peligroso, pero, si hubiese nacido cincuenta años antes, con el sólo recurso de la discreción hubiese podido dar rienda suelta a sus deseos sin mayores cortapisas. Y lo que nunca debemos pasar por alto, que dentro de cincuenta o cien años a lo mejor sin ni siquiera discreción se puede volver a las andadas y multiplicado por cien dadas la facilidades que la tecnología procura. Pues anda que no hay en el mundo papás y mamás dispuestos a cualquier cosa con tal de sacar unas perrillas para lo que sea que les tiene pillados.
A mí, la verdad, me llaman más la atención como bichos raros los periodistas que insisten y los lectores que lo mismo. Algo insano tienen que tener en sus cabezas para tanto necesitar de esa medicina repugnante. ¿Por qué ese empeño feroz en denostar una de las manifestaciones de la sexualidad humana de entre las más cantadas por los poetas? Acaso están intentando ahuyentar pensamientos que les rondan por la cabeza. En lógica freudiana se diría que sí. Pero es mucho suponer. Lo que sí es evidente es que muestran una incapacidad total para ponerse en el lugar del otro. Oye, ese es un señor que por el querer de los dioses muestra la misma propensión hacia las niñas que otros la muestran hacia los del mismo sexo, o el diferente, o a la más extendida, y nada por cierto denostada, de los animales. Son las poderosas pulsiones sexuales del ser humano que la civilización ha conseguido canalizar pero sólo hasta cierto punto. Y no me parece a mí, no digo ya poco piadoso ensañarse con los que tienen fugas incontrolables, sino sencillamente inteligente porque de esa patología, sea de la versión que sea, pocos podrán poner la mano en el fuego de que ellos están totalmente libres.
Así que, poner a buen recaudo a los que no pueden adaptarse a los preceptos sagrados de cada época me parece razonable, pero de ahí a ensañarse con ellos hay un trecho que sólo pueden salvar los absolutamente estúpidos.
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